martes, 1 de noviembre de 2011

Tao (Nicolás Lopez)





Transformándose (el fuego ) descansa.
El camino que sube y el camino que baja es uno y el mismo.
Heráclito de Efeso


No importa lo mucho que transite
el mismo camino continúa y continúa
siempre igual,
                          siempre tan oscuro
que no lleva a ningún lado
o  nos guía al paraíso

martes, 18 de octubre de 2011

Las cenizas de papá (Graciela Cabal) Cap I







Mujer de vida alegre


Debo reconocer que buena parte de mis conocimientos acerca de las mujeres y su mundo me vienen de mi abuela. Porque fue ella quien, apenas cumplí yo los siete años, decidió llegado el momento de hacerme participar en sus famosas tertulias de los viernes. «Que ya va siendo hora de que alguien te enseñe a comportarte como señorita, nena.»


Por supuesto, me negué: jamás, por ningún motivo, iría yo a esas reuniones de señoras vestidas de negro y con olor a pis de gato.


Pero mi abuela era hábil, y me ofreció el oro y el moro.


Si yo iba a las tertulias y me quedaba bien derecha en mi silla y sólo abría la boca para susurrar «no, gracias», cuando alguien me ofrecía una rosquita, o «sí, gracias», cuando alguien insistía en ofrecerme la rosquita, mi abuela me prestaría todo el tiempo la Shirley Temple de mi tía la soltera, que era carísima y de porcelana (la Shirley Temple).


«No», dije yo, firme en mis convicciones.


Además, mi abuela me llevaría en coche de caballos a la Recoleta para ponerle flores a su padrino el expedicionario…


«No y no», insistí yo, pero sintiendo que algo se ablandaba.


¿Me gustaría a mí bajar al sótano a jugar con los trabucos y con el puma embalsamado?


(Silencio.)


Mi abuela me dejaría.


(Silencio.)


Y también me daría mucho pan con ajo frito para la lombriz solitaria.


(Silencio.)


Y Licor de las Hermanas —una pizca, ¿eh?— en la copita azul que tanto me gustaba.


(Silencio.)


¡Y una caja entera de pastillas del Doctor Andreu, que no son caramelos, sino remedios peligrosísimos para los niños!


«No quiero», dije yo débilmente, tan débilmente…


Entonces mi abuela lanzó a fondo la última estocada: si yo era una nena muy, muy buena y no le contaba nada a nadie, ella me dejaría ver —por un rato— el apéndice en frasco de vidrio de mi abuelo… Y me daría tres pitadas («cuatro, abuela»), cuatro pitadas de los cigarritos para el asma.


Ante tamaña magnificencia me vi en la obligación de ceder. Y nunca me arrepentí. Porque las tertulias de los viernes resultaron, al fin de cuentas, mucho más atractivas que las kermeses de la iglesia, los remates de hacienda y hasta que los desfiles militares. Y mucho más útiles para mi vida futura, ni qué decir.


Rodeando a mi abuela —la Gran Reina—, las señoras de negro contaban cosas de fundamento, recitaban poemas del Tesoro de la Juventud, y se dirigían a mí para preguntarme qué iba a ser cuando fuera grande.


«¡Maestra!», contestaba yo poniendo cara de estampita. Y ellas, tan contentas.


Desde mi silla baja, bien abrazada a la Shirley Temple, yo observaba con aplicación. Y aprendía.


Lo primero que aprendí fue a reír correctamente, como verdadera señora. Y buen trabajo me costó, ensaya que te ensaya frente al espejo del tocador.


Pero al final la conseguí: una risa contenida, mezcla de suave quejidito y simulacro de tos, muy parecida al llanto. Y, lo más importante: con la mano tapándome la boca.


No tardé en enterarme del sentido de ese gesto —al parecer, viejo como el mundo— que me intrigaba. «Es para impedir que el Diablo, siempre al acecho de las mujeres y sus aberturas, aproveche para metérsenos adentro del cuerpo», me contó mi abuela a media voz. Y también me contó que era muy peligroso para nosotras reírnos los días viernes. «Porque la que ríe viernes llora sábado y domingo.» «¿Y los varones, abuela?», pregunté yo, inquieta por mi abuelo, mi papá y mi novio Cachito. «Con los varones es otro cantar», me contestó mi abuela. Y después agregó, enigmática: «Mujer de risa fácil, mala fariña».


En las sucesivas tertulias de los viernes me fui enterando de cosas sorprendentes, como ser que las mujeres «de risa fácil» —también llamadas «de vida alegre»— se reían a propósito con la boca bien abierta, porque a ellas parecía encantarles que el Diablo se les metiera adentro de los cuerpos para hacerles quién sabe qué estropicios.


Mi abuela no era mujer de vida alegre.


Tampoco lo eran las amigas de mi abuela.


Y ninguna mujer de vida alegre frecuentó jamás las tertulias de los viernes, en las que sólo tenían cabida las buenas señoras.


Sin comunicar nada a nadie, yo iba sacando mis propias conclusiones, a saber:


Las buenas señoras no son de vida alegre, son de vida triste.


Las buenas señoras se la pasan sufriendo como perras, pero lo hacen con gusto, porque cuanto más sufren más buenas son.


Las buenas señoras se levantan al alba y trabajan hasta caer muertas. Y nunca van a ninguna parte, nada más que al médico, al dentista y a las tertulias de mi abuela.


A las buenas señoras siempre les ocurren desgracias espantosas, como ser que los cuervos, que ellas criaron con tanto cariño, les arranquen los ojos.


Los esposos de las buenas señoras son caballeros rectos, que a ellas las respetan mucho. Y hasta demasiado. Y que no les hacen faltar nada. O casi.


Pero algunos esposos son medio cretinos, y ellas igual los tienen que atender y darles los gustos y ponerles las ventosas cuando llegan de trasnochar, porque ellos son los padres de los cuervos.


Las buenas señoras no son de comer cosas ricas, son de comer cosas sanas. Y nada más que cerveza malta toman, para que les baje la leche. Y una copita o dos de Licor de las Hermanas, para animarse en las tertulias.


Las buenas señoras lloran mucho y se ríen poco, porque de qué se van a reír.


Las mujeres de vida alegre son muy diferentes de las buenas señoras.


Las mujeres de vida alegre tienen el Diablo en el cuerpo, y por eso siempre andan haciéndose las cocoritas por los teatros y también en el Parque Japonés, que es un lugar lleno de tentaciones.


Ellas no viven en casas, como las personas: viven en palacios llenos de sirvientes que las llevan en sillita de oro de una pieza a la otra para que no se cansen ni les salgan los juanetes.


Las mujeres de vida alegre usan vestidos de seda colorada, zapatos de tacón y medias finas, pero lo que no usan es enagua, así que cuando caminan se les transparenta todo.


Con las mujeres de vida alegre nadie se anima a casarse, por eso ellas no tienen ningún esposo que las respete y no les haga faltar nada. Lo que sí tienen son sultanes, príncipes y hasta presidentes de la república que siempre les andan regalando perlas y rubíes para que ellas se entretengan.


Las mujeres de vida alegre no crían cuervos, crían perritos blancos; y siempre están dándoles besos en los hociquitos, porque son muy asquerosas.


Las mujeres de vida alegre no comen tapioca ni hígado vuelta y vuelta ni manzana rallada: solamente comen bombones de licor. Y lo único que toman es champán y granadina con soda.


Las mujeres de vida alegre lloran poco y se ríen mucho. Hasta los viernes se ríen las odiosas.


Mi educación avanzaba a pasos agigantados.


Yo era la primera en llegar a las tertulias y la última en retirarme. Y no había fuerza humana capaz de hacerme faltar (hasta con las amígdalas recién extirpadas llegué a ir).


Mi abuela estaba orgullosísima de mi excelente comportamiento.


Y todo hubiera seguido así de no ser por el Licor de las Hermanas…


Porque resultó que un negro día, estando las señoras muy entusiasmadas discutiendo el verdadero y oculto sentido de aquella frase, que todavía recuerdo —«No es por vicio ni por fornicio sino en tu humilde servicio»—, entonces yo, casi sin darme cuenta y de puro distraída, empecé a tomarme los restos de las copitas azules… Y ahí fue que, después de un rato, me agarró la risa. Tanta risa me agarró que ni me acordé de taparme la boca. Y entonces se ve que el Diablo se me metió adentro nomás. Porque cuando una de las señoras, como era la costumbre, se dirigió a mí para preguntarme qué iba a ser cuando fuera grande, en vez de decir «Maestra», y tener la fiesta en paz, voy y digo, muerta de risa y hundiéndole los ojos a la Shirley Temple: «¿Yo? ¡Yo voy a ser mujer de vida alegre!».


Es que el Licor de las Hermanas es tan traicionero…

miércoles, 29 de junio de 2011

Llamarada (Florencia Ceballos)







casi confieso que el tiempo no existe
pero recorre estos lugares
como el polvo del planeta encendido
donde lo que arde quema
y en la lluvia de tu voz calma

Florencia Ceballos
2do 3era Liceo 1

Ojos amarillos (Lautaro Alvarez)


foto: Ana Adjiman



nací con ojos amarillos
el tiempo no existe
el clima nunca cambiará
el momento no es momento
cuando miro su tribal
desencadenada imagen sutil
acontece sobre mis ojos
y se acaba sobre tu voz
adentro sale el sol
y sobre un espejo salta el cielo

Lautaro Alvarez
2do 3era Liceo 1

Muecas y falsedades (Germán Hoffman)


foto de Inés Abeledo



Me río pero es sólo una mueca
Y en este mar de falsedades todavía no me rompí
Qué hermosa soledad fundamos apretando los puños
Aunque nos hundan diez veces nos levantamos
Todavía sin saber
dónde esconder los cuerpos del amor

Germán Hoffman
4to 2da 

Falling night (Florencia Laura Bolan)











Los colores se agitan


tantas cosas se dicen de mí


Duermo en tu cuarto o en el mío


Dicen que si no lo veo no es


El otoño se acerca,


Se hace de noche


Y las hojas nunca caen





Florencia Laura Bolan

3ero 3era

Viajera (Julieta Quevedo)










dormida como el invierno

estás viajando lejos


aunque nos hayan desterrado a las palabras


somos el soporte de lo inestable


donde el corazón se transforma 


al compás de los huesos








Julieta Quevedo 2do 1era Liceo 1

martes, 14 de junio de 2011

Dos manchas, siempre serán. (Florencia Bolan)




Estábamos viendo el mar, viendo como se alejaba el día; como la noche aparecía.
Con una simple mirada, sentimos la verdad, sentimos que, de verdad algo existía. Sentimos que no habría mañana, que ese día acabaría, como el fuego acabó con nosotros, como nos transformó en dos sombras desnudas, en dos manchas negras en la pared; que lentamente se rozan, se sienten, se aman.
Fue una simple noche, una simple casa, un simple cuarto con simples personas; hasta que se tornó en un simple crimen.
El asesino rondando por las playas desiertas, todavía no sabía quien era; todavía no se imaginaba que pasaría.
Él era un simple hombre, alto, flaco y cansado, paseando por las playas del amor, paseando solo.
Luego de su larga aventura, quería llegar a su hogar, a abrazar a su mujer, su amor, su musa, su mañana.
Quiso darle una sorpresa y él fue el sorprendido. Así supo que no hay que abusar del tiempo, es sabio, sabe que, porque y donde, y nos trata de avisar a través de un reloj al que nadie le hace caso.
Ella nunca presintió nada, solo quería disfrutar, arder, llorar, reír, y solo lo conseguiría en los brazos cálidos de otro hombre.
Nunca supo que ese sería su último beso, su última caricia; si tan solo lo hubiera pensado, escaparía; escaparía sin rumbo alguno.
El “otro” solo deseaba lujuria, quería ser amado, pero solo lo conseguiría espiando, espiando a la mujer del prójimo; imaginando su cara, su boca, sus brazos y manos sobre ella, esa fascinante hembra, que nunca tendría.
Él, fue solo un simple testigo de excepción, un simple curioso; por ahora.
El sol se aleja, la luna aparece; esa hermosa moneda brillante, purificaba nuestros cuerpos, nuestras sombras; nos sentíamos especiales, únicos.
La luz de la luna chocaba contra la lámpara de bronce, formando figuras especiales; figuras que en realidad no existían, que nuestras almas creaban.
Las figuras, intentaron avisarnos, cosas que nuestras mentes enamoradas no distinguían.
El lugar del rimen fue el lugar del crimen.
El asesino fue el asesino.
La víctima fue la víctima.
El testigo de excepción, fue el testigo de excepción.
El arma del crimen, destrozada en mil pedazos.
El asesino logró su meta, la mató; pero lo que nunca matará será la pasión de esas dos sombras, de esas dos manchas, que siempre recorrerán las almas de los enamorados.

miércoles, 8 de junio de 2011

Armando la revista del II Festival de Poesía en la Escuela



Miembros del taller:

Florencia Bolan 3ero 2da TM
Lautaro Alvarez 2do 3era TM
Florencia Ceballos 2do 3era TM
Sofía de Luca 5to 2da TT
Germán Hoffman 4to 2da TM
Pablo Capdepón 4to 2da TM
Isabella Piazza 3ero 2da TM
Julieta Quinteros 2do 2da TM