lunes, 5 de julio de 2010

La muchacha que escribía poemas (Florencia Bolan)


Aquella muchacha escribía poemas. De lo más locos eran. Tenía una imaginación de acá a la China, se imaginaba los paisajes más exóticos, más grandes, más desconocidos, unía personajes extraños, llegó a unir un elfo con una druida, era de lo más inventiva.
Había en sus poemas animales raros, asquerosos, nunca vistos; y los más conocidos, llegó a inventar un conejo con cabeza de lobo y uno tan común como un molusco.
Todo lo que ella escribía sucedía en la realidad, escribió llovizna y al día siguiente diluviaba. También sucedía con otras palabras como abanico o amatistas.
El color verde tampoco se quedaba atrás, estaban las glicinas azules más hermosas del mundo, los árboles más frondosos con sus frutos sabor cielo y sus raíces que dibujaban frases de amor o mensajes de paz que sólo las personas de corazón puro podían descifrar.
Cuando la muchacha se enojaba un humo negro aparecía en el horizonte, el simple aleteo de un pájaro destrozaba tejados y chimeneas.

Sus poemas no podían terminar sin una azucarada taza de café.

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